No salieron campeones. Tampoco segundos. Fueron la delantera de San Lorenzo en 1964. Doval, Areán, Veira y Casa. Se los nombra de memoria, a pesar que realmente tan sólo jugaron tres partidos juntos aquel año.
¿Que sucedió en 1964 para que cuatro pibes que apenas superaban los 18 años quedaran en el recuerdo popular? Se los inmortalizó como los Carasucias. Fueron la delantera de San Lorenzo de Almagro aquel año. No sólo no fueron campeones, finalizaron quintos. Tiempos complejos. De cambios. No sólo para la sociedad, si no también para el fútbol argentino.
Luego de Suecia 1958, nuestro fútbol comenzó a descreer de sus fuentes. Nuestro estilo histórico dejó de tener valor. Sólo servía lo que venía de afuera. Brasil – campeón del mundo – o Europa. Aquellos primeros años de la década del sesenta fueron tiempos del Fútbol Espectáculo, que de espectacular no tenía nada. Fue el reino de los cambios tácticos defensivos. Surgió una raza de sabelotodos: los entrenadores y con ellos el Catenaccio importado del Internazionale de Helenio Herrera. En aquel 1964, Boca Juniors se consagró campeón con tan sólo 35 goles a favor en 30 fechas. El ídolo de la hinchada no era el goleador. Antonio Roma, con sus enormes manos de Tarzán desguantadas fue tan sólo quince veces a buscar la pelota dentro de su arco.
A comienzos de 1964, en la tesorería de Avenida La Plata no había dinero. La decisión de la Directiva sanlorencista fue afrontar el campeonato con lo que había. El gasto fuerte se había realizado el año anterior con la contratación del tucumano Rafael Albrecht a Estudiantes de La Plata. Ante la falta de fondos, el entrenador José Barreiro echó mano a una Tercera con buenos rendimientos. Apostó a los pibes. Encontró un zurdito que vivía en la calle Chiclana que le pegaba, como dijo el maestro Juvenal como si tuviera un palo de golf. Era el Héctor Rodolfo Veira. El Bambino, porque aún no había llegado a la mayoría de edad. Más grandes, pero sin tener veinte abriles, estaban el rubio de Palermo Narciso Doval y el habilidoso zurdo marplatense al que le decían Popoff, pero respondía al nombre de Victorio Casa.
San Lorenzo arrancó mal. En las primeras diez fechas tan sólo ganó dos. Eso si, uno de esos encuentros fue ante Racing en el Cilindro, estadio donde nunca se había retirado ganador desde su inauguración en 1950. Gol del Bambino.
Pero la historia comenzó a forjarse con el debut en primera de Fernando Areán. Centrodelantero hábil, con claridad para la definición. Se conformó una delantera de pibes: Doval y Popoff tenían apenas veinte años. Areán uno menos. Sólo superaban la veintena Juan Carlos Carotti y el paraguayo Eladio Zárate. Estos pibes – con calle, barrio y esquina – pronto se metieron a la tribuna en el bolsillo. Los chicos del Ciclón eran aire fresco. Gambetas en lugar de marcajes a presión. Aparte, tenían pinta renovada. No usaban gomina ni bigote anchoita. Doval y Veira, rubios de pelo largo para la época, rompían la gris monotonía.
Los Carasucias eran cancheros, alegres y carismáticos. Más cercanos al Club del Clan de Johnny Tedesco, Lalo Fransen, Nicky Jones y Yoli Land, que cualquier otro futbolista de su época. Por eso jugaban con alegría. Victorio Casa era otro irreverente. Lograba esa extraña sensación amor-odio. Aplauso y ovación cuando hacía pasar de largo a su marcador. Puteada cuando quería dejarlo en ridículo una vez más. Así eran ellos.
Historias. En la tarde del 5 de septiembre, Boca goleó 3 a 0 a San Lorenzo. Esa tarde, Carmelo Simeone, el primer Cholo – durísimo lateral xeneize – tenía la misión de marcar al Bambino Veira. En una jugada le dio una murra increíble al pibe de Boedo. Cuando todo el estadio esperaba lo peor, el Bambino, desde el suelo, le apuntó a Simeone con sus dedos como revólveres y riéndose, simulaba acribillarlo.
Luego de Suecia 1958, nuestro fútbol comenzó a descreer de sus fuentes. Nuestro estilo histórico dejó de tener valor. Sólo servía lo que venía de afuera. Brasil – campeón del mundo – o Europa. Aquellos primeros años de la década del sesenta fueron tiempos del Fútbol Espectáculo, que de espectacular no tenía nada. Fue el reino de los cambios tácticos defensivos. Surgió una raza de sabelotodos: los entrenadores y con ellos el Catenaccio importado del Internazionale de Helenio Herrera. En aquel 1964, Boca Juniors se consagró campeón con tan sólo 35 goles a favor en 30 fechas. El ídolo de la hinchada no era el goleador. Antonio Roma, con sus enormes manos de Tarzán desguantadas fue tan sólo quince veces a buscar la pelota dentro de su arco.
A comienzos de 1964, en la tesorería de Avenida La Plata no había dinero. La decisión de la Directiva sanlorencista fue afrontar el campeonato con lo que había. El gasto fuerte se había realizado el año anterior con la contratación del tucumano Rafael Albrecht a Estudiantes de La Plata. Ante la falta de fondos, el entrenador José Barreiro echó mano a una Tercera con buenos rendimientos. Apostó a los pibes. Encontró un zurdito que vivía en la calle Chiclana que le pegaba, como dijo el maestro Juvenal como si tuviera un palo de golf. Era el Héctor Rodolfo Veira. El Bambino, porque aún no había llegado a la mayoría de edad. Más grandes, pero sin tener veinte abriles, estaban el rubio de Palermo Narciso Doval y el habilidoso zurdo marplatense al que le decían Popoff, pero respondía al nombre de Victorio Casa.
San Lorenzo arrancó mal. En las primeras diez fechas tan sólo ganó dos. Eso si, uno de esos encuentros fue ante Racing en el Cilindro, estadio donde nunca se había retirado ganador desde su inauguración en 1950. Gol del Bambino.
Pero la historia comenzó a forjarse con el debut en primera de Fernando Areán. Centrodelantero hábil, con claridad para la definición. Se conformó una delantera de pibes: Doval y Popoff tenían apenas veinte años. Areán uno menos. Sólo superaban la veintena Juan Carlos Carotti y el paraguayo Eladio Zárate. Estos pibes – con calle, barrio y esquina – pronto se metieron a la tribuna en el bolsillo. Los chicos del Ciclón eran aire fresco. Gambetas en lugar de marcajes a presión. Aparte, tenían pinta renovada. No usaban gomina ni bigote anchoita. Doval y Veira, rubios de pelo largo para la época, rompían la gris monotonía.
Los Carasucias eran cancheros, alegres y carismáticos. Más cercanos al Club del Clan de Johnny Tedesco, Lalo Fransen, Nicky Jones y Yoli Land, que cualquier otro futbolista de su época. Por eso jugaban con alegría. Victorio Casa era otro irreverente. Lograba esa extraña sensación amor-odio. Aplauso y ovación cuando hacía pasar de largo a su marcador. Puteada cuando quería dejarlo en ridículo una vez más. Así eran ellos.
Historias. En la tarde del 5 de septiembre, Boca goleó 3 a 0 a San Lorenzo. Esa tarde, Carmelo Simeone, el primer Cholo – durísimo lateral xeneize – tenía la misión de marcar al Bambino Veira. En una jugada le dio una murra increíble al pibe de Boedo. Cuando todo el estadio esperaba lo peor, el Bambino, desde el suelo, le apuntó a Simeone con sus dedos como revólveres y riéndose, simulaba acribillarlo.
EL MITO DE LOS TRES PARTIDOS
Es parte de un mito, y está bien mantenerlo. El imaginario popular sostiene que Doval, Veira, Areán y Casa jugaron juntos toda la temporada de 1964. El mito le da paso a la realidad. En aquel año, el entrenador José Barreiro alineó en tan sólo tres encuentros a los cuatro Carasucias juntos.
La primera fue en la 20º fecha del torneo. 27 de septiembre. Estadio Monumental. Esa tarde, el Ciclón formó con Irusta; Cancino y Ruíz; Paez, Telch y Albrecht; Doval, Zárate, Areán, Veira y Casa. Igualaron 1 a 1, gol convertido sobre la hora por el Nano Areán.
La segunda oportunidad fue en la 21º fecha. Victoria 2 a 1 de San Lorenzo ante Vélez Sársfield en el Gasómetro, con goles de Areán y Veira. La tercera y última, contra Rosario Central en Arroyito. Derrota 3 a 1, señalando el Bambino el gol de San Lorenzo. El mito de los Carasucias. Tan sólo tres partidos juntos.
Por distintas razones, el entrenador José Barreiro alternó otros puntas. El cuerverío se relamía para lo que se suponía que sería un enorme 1965. Esa explosión de buen fútbol fue ametrallada por la Armada. En abril, Victorio Casa perdió su brazo derecho despedazado por una ráfaga de ametralladora. Estaba estacionado frente a la ESMA junto a una conquista. No escuchó una voz de alto y sucedió lo que no debía suceder. Volvió pero no era el mismo. Los Carasucias se fueron diluyendo. Llegó Alberto Rendo de Huracán. Doval fue reconvertido en centrodelantero y apareció Rodolfo Fischer, un misionero de fuerza inusitada, para reemplazar a Casa. Los cuatro Carasucias jugaron juntos una media docena de partidos en aquel año.
Duraron un suspiro, no fueron campeones y ninguno lo será en nuestro país. Narciso Doval lo será en Brasil. Pero el desparpajo y las ganas de jugar les valieron un reconocimiento histórico. En el mundo del cero a cero, cuando las defensas predominaban por sobre los ataques, el Bambino Veira fue goleador 1964 con sólo 17 goles. Fueron la única delantera que perduró en el tiempo – apodo incluido – sin títulos o goleadas históricas. Es el reconocimiento del pueblo futbolero que respondió con gratitud a estos muchachos que regalaron sonrisas y gambetas.
La primera fue en la 20º fecha del torneo. 27 de septiembre. Estadio Monumental. Esa tarde, el Ciclón formó con Irusta; Cancino y Ruíz; Paez, Telch y Albrecht; Doval, Zárate, Areán, Veira y Casa. Igualaron 1 a 1, gol convertido sobre la hora por el Nano Areán.
La segunda oportunidad fue en la 21º fecha. Victoria 2 a 1 de San Lorenzo ante Vélez Sársfield en el Gasómetro, con goles de Areán y Veira. La tercera y última, contra Rosario Central en Arroyito. Derrota 3 a 1, señalando el Bambino el gol de San Lorenzo. El mito de los Carasucias. Tan sólo tres partidos juntos.
Por distintas razones, el entrenador José Barreiro alternó otros puntas. El cuerverío se relamía para lo que se suponía que sería un enorme 1965. Esa explosión de buen fútbol fue ametrallada por la Armada. En abril, Victorio Casa perdió su brazo derecho despedazado por una ráfaga de ametralladora. Estaba estacionado frente a la ESMA junto a una conquista. No escuchó una voz de alto y sucedió lo que no debía suceder. Volvió pero no era el mismo. Los Carasucias se fueron diluyendo. Llegó Alberto Rendo de Huracán. Doval fue reconvertido en centrodelantero y apareció Rodolfo Fischer, un misionero de fuerza inusitada, para reemplazar a Casa. Los cuatro Carasucias jugaron juntos una media docena de partidos en aquel año.
Duraron un suspiro, no fueron campeones y ninguno lo será en nuestro país. Narciso Doval lo será en Brasil. Pero el desparpajo y las ganas de jugar les valieron un reconocimiento histórico. En el mundo del cero a cero, cuando las defensas predominaban por sobre los ataques, el Bambino Veira fue goleador 1964 con sólo 17 goles. Fueron la única delantera que perduró en el tiempo – apodo incluido – sin títulos o goleadas históricas. Es el reconocimiento del pueblo futbolero que respondió con gratitud a estos muchachos que regalaron sonrisas y gambetas.