LA LEYENDA DE JACOBO URSO
La historia deja su
marca en cada hora, en cada día, en cada año. En aquel 1897, la provincia de
Buenos Aires era puro campo. Ni hablar de Dolores, a 212 kilómetros de la
Capital. La Argentina aún era un enjambre de incógnitas. Ese año se inauguró la
Fragata Sarmiento, primer buque escuela moderno que tuvo el país, Buenos Aires
vio el estreno del tranvía eléctrico, se fundó la Ciudad de Rio Gallegos y, en
otros pagos, un químico alemán llamado Félix Hoffman sintetizaba el ácido
salicílico del sauce, el predecesor de la aspirina, la mágica pastilla más
popular y consumida en el mundo. Vaya si pasaron cosas en ese 1897. Nacía el
cantor Agustín Magaldi, pero la estrella de este pequeño homenaje sería un tal
Jacobo Urso, de Dolores, hijo del tano Jacobo y de doña Rosa Floria, una
hermosa argentina. Jacobo Urso, el primer mártir del futbol argentino, un
verdadero gen del prototipo de jugador que cualquier hincha soñaría con tener
en su equipo: murió por dar todo en una cancha por decisión propia, por amor a
su camiseta, por San Lorenzo, una demostración inigualable del alcance pasional
que puede tener un cuadro de futbol.
Jacobo tuvo 11
hermanos, cuatro mujeres y siete hombres. Obviamente que, entre tantos varones,
no había ninguna posibilidad de no conocer la querida pelota. La familia Urso
se trasladó a Buenos Aires, más precisamente a Caballito, porque la gran ciudad
por ese entonces era una invitación para realizar cualquier tipo de sueño.
Potrero, adoquines, calles de barro, pelota de trapo, cuero con tiento o lo que
fuera: así se crio Jacobo y ahí, en medio de ese nido de porteñidad, nació su
romance con el Ciclón. Era el destacado de los picados, el más buscado por la
barra, la misma que no dudo en recomendarle que se anotara en ese club que lo
deslumbraba. En 1915 ya era flamante jugador de la Sexta División de San
Lorenzo, el mismo año en que el barrio de Boedo había conseguido el ansiado
objetivo de ascender a la máxima categoría.
Era bueno. Volante por
izquierda con una excelente proyección, con un entusiasmo envidiable, con ese
plus que tiene cualquier jugador que defiende los colores que ama. Subió a
Tercera en un abrir y cerrar de ojos y pronto estaba en el primer equipo. La
historia ya comenzaba a guardarle un lugar en su mejor baúl, el destino tiraba
gotitas con señales que luego marcarían a fuego el desenlace de Jacobo. Le toco
debutar oficialmente el 7 de mayo de 1916, el día que San Lorenzo estrenaba el
querido y entrañable Viejo Gasómetro. Sin saberlo, ya se había ganado un lugar
en las futuras crónicas, por formar parte del equipo que tuvo la enorme fortuna
de pisar por primera vez el campo de juego de un estadio que luego sería una
leyenda. El rival fue Estudiantes de La Plata…un nombre que seis años más tarde
sería sinónimo de muerte para el pobre Urso.
La fatalidad no fue la
única herencia que dejo Jacobo. Con la azulgrana, este half izquierdo (volante)
jugo nada menos que 107 partidos y convirtió seis goles. En poco tiempo, el
pibe de Dolores había demostrado que estaba para cosas importantes, que no se
conformaba solo con ser jugador del cuadro del que era hincha. Fue convocado
para el seleccionado de la Asociación Amateur para jugar en Montevideo, en
Chile y en el Campeonato Argentino. Y su juego se enriquecía, porque comenzó a
ser alternativa para cubrir varios puestos. No eran sectores de la cancha que a
él le gustara mucho, pero nada importaba, la camiseta estaba por encima de
cualquier cosa. En 1921 jugó 36 partidos, es decir, solo estuvo ausente en tres
oportunidades. Su figura crecía y, de la mano, su temperamento: quienes lo
conocieron cuentan que no le gustaba perder a nada. Tenía apenas 25 años cuando
tomó la decisión final de su vida, y lo hizo con la remera mojada de sudor, con
los colores pegados a la piel.
Y esas gotitas con
señales de mal agüero volvieron a aparecer en el campeonato de 1922. Urso era
una pieza clave. Ya en la primera fecha fue la gran figura en el triunfo ante
San Isidro, en el que fue el conductor hacia la victoria con un gol suyo. Había
jugado 11 partidos en ese torneo hasta ese domingo frio del 30 de julio. El
rival era Estudiantes de Buenos Aires, si, otra vez el nombre de Estudiantes se
cruzaba en su camino…Luis Vaccaro, el centrojas de ese San Lorenzo, estaba de
baja. Y ahí fue el polifuncional Jacobo, a cubrir el puesto para darle lucha a
un duro rival. ¿Qué habría pasado si Vaccaro hubiera jugado en ese encuentro?
Pregunta retórica sin respuesta posible. Lo cierto es que Urso no dudo en meter
pierna y alma en un sector de la cancha destinado al combate.
San Lorenzo visito a
Estudiantes en Palermo en su cancha de Figueroa Alcorta y Dorrego, tarde
soleada pese al frio reinante. El partido fue áspero, disputado, con resultado
incierto. San Lorenzo había empujado a Estudiantes hasta su área. Puro centro y
centro, había que quebrarlos. Un defensor del Pincha pudo rechazar una de las
tantas pelotas que caían en la olla y la reventó hasta el mediocampo. Jacobo,
el ángel guardián, calculo la distancia y salto para devolverla con un
cabezazo. Y sucedió el choque. El alemán Van Kammenade, al que muchos recuerdan
como un ropero durísimo de pasar, retrocedía para armar el contraataque de Estudiantes.
El y Luis Comoli fueron a buscar esa maldita globa que tenía un conjuro
siniestro. Los dos se toparon con Jacobo. El golpazo hizo que Urso terminara
con una costilla rota. El mártir daba sus primeros pasos. Tendido en el piso,
con evidentes signos de dolor, tuvo que ser retirado de la cancha por sus
compañeros. No daba más. No podía seguir de ninguna manera. Había que agachar
la cabeza y continuar el partido con uno menos. Todos pensaron así. Todos menos
Urso.
Médico, compañeros y
dirigentes le aconsejaron que se olvidara del juego. ¿Pero cómo se iba a ir así
de la cancha? ¿Cómo iba a dejar a sus compañeros con uno menos? ¿Acaso no
podían comprender que hay destinos que no vienen a este mundo para ver la
historia de la raya para afuera? Pidió seguir en la cancha. Y se metió. Ahora sí:
11 contra 11. Esa costilla rota se había incrustado en un riñón. Por eso se potenciaba
el dolor como si cientos de agujas oxidadas taladraran la carne. Pero ahí corría
Jacobo, con la misma ilusión de ese pibe que había venido de Dolores para
enamorarse del Ciclón. Se tiró a los pies, corto el juego del rival, corrió,
dejo hasta la última fuerza.
Para eso se había
quedado en el campo, para hacer historia. El resultado fue favorable (victoria
por 1 a 0), aunque solo como un número más.
Apenas termino el
partido, Jacobo tuvo que ser trasladado de urgencia al Hospital Ramos Mejía.
Estaba grave. La perforación de la costilla había dañado seriamente el riñón. Y
esas terribles agujas oxidadas que no paraban de torturarlo. Ese mismo domingo
de invierno fue operado dos veces. La desgracia del volante se había propagado
por todo Buenos Aires y los fanáticos esperaban noticias en el estadio de
Avenida La Plata, y muchos en la puerta del hospital. La espera duro siete
días. Era irreversible. Esa muestra de
infinito cariño hacia su club y sus compañeros, una entrega total tan digna de
la época amateur cuando a nadie se le ocurriría jamás irse de una cancha por un
tirón o una patada, se llevó su vida. Falleció el 6 de agosto a las 18,05
horas.
Su cuerpo fue velado en
su casa de la calle Beaucheff 811. Fue un golpe que sacudió a los hinchas de
San Lorenzo, pero también a los de otros equipos. Urso era un ejemplo para el
futbol argentino. El país entero reflejo el profundo dolor que genero esa
perdida. Miles de personas quisieron estar en la despedida. Una intensa lluvia
cayó durante esa jornada. No fue impedimento para que la multitud le dijera
chau al símbolo del amor incondicional y genuino por un equipo. La carroza con
sus restos partió rumbo al Cementerio del Oeste (hoy la Chacarita), pero antes
hubo una patada obligatoria: el Viejo Gasómetro de Avenida La Plata. En ese
tiempo, el seleccionado de Checoslovaquia estaba de gira por la Argentina y, al
conocer como se había producido la muerte de Urso, la delegación entera decidió
acompañar la procesión. Varios jugadores
checos ingresaron el féretro al campo de juego para que Jacobo pudiera decirle
adiós a ese lugar sagrado. Hubo más de cinco mil personas al lado del ídolo.
Una semana después, el Ciclón arrasaba con Vélez con un contundente 3 a 0. Esa
tarde los hinchas no gritaron los goles. El silencio era la mejor muestra que
habían encontrado para demostrar lo que significaba la perdida de Urso.
La figura de Jacobo
Urso durante años estuvo muy fresca en la memoria de los fanáticos del futbol.
Al poco tiempo de su muerte, la Comisión Directiva de entonces voto de forma
unánime que un sector del Viejo Gasómetro llevara su nombre. Era el humilde
homenaje para un joven que en sus pocos años de vida entrego todo por el club.
Y el mito recorrió kilómetros para llegar a todas partes. En Saladillo, por
ejemplo, unos fanáticos de San Lorenzo fundaron el conocido Club Jacobo Urso.
En la actualidad, las cenizas con sus restos descansan en el Museo de San
Lorenzo. Él está ahí, como un celoso guardián, como un pedazo de historia que
obliga a retroceder en el tiempo para saber que esa famosa frase del amor por
la camiseta alguna vez no fue una simple y trillada utopía.
DIARIO LA NACIÓN, 7 de agosto de 1922: “Un
doloroso desenlace ha tenido el accidente ocurrido al jugador Jacobo Urso el
domingo 30 del pasado mes. Como se recordara, en el transcurso del match del
football que por el campeonato de primera división sostuvieron los equipos de
los Clubs San Lorenzo de Almagro y Estudiantes, el citado jugador recibió una
herida interna que hizo necesario su asistencia en el Hospital Ramos Mejía.
Comprobada la gravedad de la lesión, tuvo que quedar en el mencionado
nosocomio, donde falleció a las 18.5 de ayer, a pesar de los solícitos cuidados
que se le prodigaran.
Suceso luctuoso este que viene a tronchar una vida
plena de vigor, dando una advertencia trágicamente tardía sobre lo que puede el
entusiasmo no contenido dentro de los límites que aconseja aun el más amplio
concepto deportivo.
El jugador Urso era un modelo consecuencia,
cualidad tanto más apreciable cuanto que no es común hallarla en la generalidad
de nuestros footballers. Habiendo ingresado a Club San Lorenzo de Almagro en
1914, se inició actuando en la tercera división, de la cual paso en el año 1915
a la intermedia. En esta categoría estuvo hasta 1917, en que fue ascendido a la
primera. De este modo, breve y al tiempo metódicamente, el jugador Urso hizo su
carrera en la citada institución, única a la cual perteneció, revelando desde
sus comienzos un entusiasmo y adhesión por su club, que constituyo su
característica más simpática como deportista.
Internacional de la Asociación Argentina antes de
la escisión actual, y componente del último equipo que actuó en el Campeonato
Argentino, se desempeñó en ambas ocasiones con la mayor eficiencia.
La muerte lo sorprende en la plenitud de sus
fuerzas y en el puesto de honor, pues sabido es que su dolencia adquirió
gravedad debido a su decisión irreductible de seguir jugando en el citado
match, entereza de ánimo que traza con rasgo dolorosamente firme la mejor
pintura de su bella personalidad de muchacho fuerte, leal y animoso.
Conocida la noticia de su muerte, que ha causado
profunda impresión de pesar en el vecindario de la citada institución
almagrense, reunióse inmediatamente la mesa directiva de la misma, resolviendo:
poner la bandera del club a media asta en señal de duelo".
EL HOMENAJE A URSO Y EL HOMBRE BRUTO
El partido homenaje se realizó el 3 de septiembre
en el Gasómetro. Tan hondo caló la tragedia que la AAF permitió a sus jugadores
participar del encuentro. Lo increíble fue que el partido casi termina en
escándalo. Entre los jugadores invitados estuvo Heriberto Simmons, aquel
riverplatense que rompió a Pichín Hospital. En un partido con un fuerte
componente humanitario, su actuación fue desalmada:
"Una vez más Simmons demostró su instinto
inhumano, dando el triste espectáculo que fue dado a presenciar por todos los
que ayer concurrieron al campo de deportes de San Lorenzo de Almagro, donde se
realizó el partido a beneficio de la familia de Jacobo Urso. Todo el público
exteriorizó su desagrado premiando las intervenciones del hombre-bruto con una
silbatina, y no faltaron varias voces pidiendo su expulsión. Lo lamentable fue
que Aragón subió las coses del bruto, quedando lesionado en un ojo y Calomino y
Oliviera saliendo bastante maltrechos de las caricias del rubio.
Lo imperdonable es el poco tino de la Comisión
Organizadora de los teams, al incluirlo en el mismo, conociendo sus
bestialidades para el juego”. Diario Crítica del 4 de septiembre de 1922.